Naciones, países,
sectarismos, fronteras y barreras que por todas partes pululan son un invento
del hombre, artificios creados cuyo principal logro no ha sido otro que dividir
a la humanidad. La nación-Estado del presente es sencillamente la forma moderna
del antiguo tribalismo. Al fin y al cabo, no hay mucha diferencia entre la
rivalidad que existía entre tribus de eras primitivas y el antagonismo actual
entre las naciones.
Así mismo, el
Estado, la fe religiosa, el patriotismo y las diversas ideologías y doctrinas políticas y
económicas que circulan son esencialmente intangibles, abstracciones que junto con
sistemas legales creados y mediante estructuras de poder establecidas rigen,
impactan y definen de manera sustancial la vida del hombre a nivel global. Sin
embargo, el principal resultado de estos sistemas y estructuras, los cuales son
amparados y perpetuados por las clases dominantes y la supremacía del Estado, ha
sido la institucionalización de toda una serie de barreras y limitaciones, tanto
físicas como menos perceptibles, con la resultante parcelación de la humanidad
- en países - e identificando a sus respectivas poblaciones mediante la
asignación de números o certificados como si de ganado o propiedad se tratasen.
Es decir, en lugar de lograr unificación global, emancipación humana y paz verdadera;
nuestras estructuras y códigos obtienen
el efecto contrario: separar, segregar y diferenciar
en el máximo modo posible al ser humano de sus semejantes.
A este sistema lo llamamos civilización. Tendemos
a pensar al Estado moderno junto con sus constituciones y leyes como la máxima
expresión y logro del ser humano para poder convivir en sociedad, insuperable culminación
del aprendizaje de incontables experimentos pasados fallidos y única
alternativa viable. Sin embargo, la proliferación de gobiernos constitucionales
alrededor del mundo junto con un cuerpo internacional como las Naciones Unidas no
han logrado reducir la desigualdad, disminuir las injusticias, ni consolidar la
coexistencia humana, quizás todo lo contrario; es decir, estamos aún lejos de
vivir en un mundo ideal. El filósofo francés Voltaire hace un par de siglos dijo
que la civilización no suprime la barbarie, sino que la perfecciona. Nuestra
era actual parece haberla perfeccionado aún más. Por ello y en pro del futuro
se hace necesario evolucionar desde la usual perspectiva provinciana hacia
una global: concientizar
que por más leyes, sistemas
y artificios que
construyamos, en realidad la humanidad es una sola raza, y la verdadera, única
y más sana de todas las patrias es el planeta entero en su totalidad, nuestra
Madre Tierra.
"No
soy un ateniense, ni un griego, sino un ciudadano del mundo."
Sócrates (469-399 a.C) Filósofo griego
Sócrates (469-399 a.C) Filósofo griego
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