"Sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. La verdad puede ser descubierta por cualquiera de nosotros, sin la ayuda de autoridad alguna; al igual que la vida, está siempre presente en un sólo instante"

Jiddu Krishnamurti

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Thursday, February 5, 2015

Ilusorio liberalismo


    No hay que ser marxista para darse cuenta y reconocer que a través de la historia los valores y perspectivas predominantes en las sociedades han tendido a ser un reflejo de los intereses de las clases dominantes. Cuando quienes han gobernado han pertenecido por ejemplo a la clase aristocrática, la sociedad en general ha estimado con particular énfasis a esa clase en particular y a emular los valores que ella encarna: sus maneras, ideales y gustos. En el caso de los regímenes teocráticos, se busca dar un énfasis religioso y espiritual a la vida desvalorando el materialismo. Cuando es la clase empresarial o industrial la que gobierna, el comercio adquiere un status symbol y generalmente tiende a haber un cierto progreso económico y bienestar material. En los regímenes imperialistas y militaristas, la guerra, la conquista y el sometimiento de otros pueblos predominan en la conciencia del colectivo como una cosa nada fuera de lo normal. Etc.
Durante los más de mil años que duró la hegemonía de la Iglesia Católica en gran parte del mundo occidental, la visión general que tenía el hombre común hacia la vida era un reflejo de los intereses particulares que proyectaba aquella institución. La unicidad de nuestro mundo, el concepto de la condena humana y la animosidad hacia todo placer terrenal y bienestar material exaltando la conducción de una vida pobre, escasa y precaria en todos los sentidos excepto el celestial, hacían parte de aquella cotidianidad avalando a su vez una doctrina promovida por el poder según la cual esta vida todo es sacrificio y la única salvación está en la otra y obtenible, precisa y únicamente, acatándose a la Fe Cristiana. En las numerosas poblaciones a través de la historia cuyos regímenes se han dedicado a conducir políticas imperiales y de conquista ha prevalecido en la conciencia de sus colectivos una concepción racista y separativa del ser humano, de superioridad de las sociedades locales con respecto hacia aquellos pueblos conquistados o sometidos.
La dinámica misma del poder en la necesidad por perpetuarse hace que la cúspide de sus estructuras proyecte sus ideales, nociones y valores al resto de la población de tal modo de crear un cierto consenso y minimizando así posibles posturas contrarias o inconvenientes. Todo ello independientemente de la validez y veracidad de los conceptos promovidos así como del tipo de régimen que gobierna, bien sea una monarquía, teocracia, dictadura o cual sea. Siempre y cuando exista una clase dominante habrá la imposición de una realidad particular a medida y de acuerdo con los intereses del poder imperante. Es la escritura sobre la tabula rasa.
     Los varios sistemas democráticos liberales de la actualidad no se alejan de esta realidad. A diferencia del poder bruto visible y discernible de una dictadura, el de la democracia es menos evidente, pero al mismo tiempo más efectivo debido a su naturaleza inherentemente doctrinaria. No por ello es menos coercitivo, ya que al no hacer uso de la fuerza física, utiliza la sutileza del poder ideológico y de la persuasión (mediante la influencia de la opinión pública) para obtener consenso, lograr sus fines e intereses y mantener la estructura jerárquica y el status quo.


“La democracia no es más que un poder arbitrario constitucional que ha sustituido a otro poder arbitrario constitucional.”
Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) Filósofo francés.

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