No hay que ser marxista para darse cuenta y reconocer que a través de la historia los valores y perspectivas predominantes en las sociedades han tendido a ser un reflejo de los intereses de las clases dominantes. Cuando quienes han gobernado han pertenecido por ejemplo a la clase aristocrática, la sociedad en general ha estimado con particular énfasis a esa clase en particular y a emular los valores que ella encarna: sus maneras, ideales y gustos. En el caso de los regímenes teocráticos, se busca dar un énfasis religioso y espiritual a la vida desvalorando el materialismo. Cuando es la clase empresarial o industrial la que gobierna, el comercio adquiere un status symbol y generalmente tiende a haber un cierto progreso económico y bienestar material. En los regímenes imperialistas y militaristas, la guerra, la conquista y el sometimiento de otros pueblos predominan en la conciencia del colectivo como una cosa nada fuera de lo normal. Etc.
Durante los más
de mil años que duró la hegemonía de la Iglesia Católica en gran parte del mundo
occidental, la visión general que tenía el hombre común hacia la vida era un
reflejo de los intereses particulares que proyectaba aquella institución. La unicidad
de nuestro mundo, el concepto de la condena humana y la animosidad hacia todo
placer terrenal y bienestar material exaltando la conducción de una vida pobre,
escasa y precaria en todos los sentidos excepto el celestial, hacían parte de
aquella cotidianidad avalando a su vez una doctrina promovida por el poder
según la cual esta vida todo es sacrificio y la única salvación está en la otra
y obtenible, precisa y únicamente, acatándose a la Fe Cristiana. En las
numerosas poblaciones a través de la historia cuyos regímenes se han dedicado a
conducir políticas imperiales y de conquista ha prevalecido en la conciencia de
sus colectivos una concepción racista y separativa del ser humano, de
superioridad de las sociedades locales con respecto hacia aquellos pueblos
conquistados o sometidos.
La dinámica
misma del poder en la necesidad por perpetuarse hace que la cúspide de sus estructuras
proyecte sus ideales, nociones y valores al resto de la población de tal modo
de crear un cierto consenso
y minimizando así
posibles posturas contrarias o inconvenientes. Todo ello independientemente de la
validez y veracidad de los conceptos promovidos así como del tipo de régimen que
gobierna, bien sea una monarquía, teocracia, dictadura o cual sea. Siempre y
cuando exista una clase dominante
habrá la
imposición de una realidad particular a medida y de acuerdo con los intereses del
poder imperante. Es la escritura sobre la tabula rasa.
Los varios sistemas democráticos liberales de la actualidad no se alejan de esta realidad. A diferencia del poder bruto visible y discernible de una dictadura, el de la democracia es menos evidente, pero al mismo tiempo más efectivo debido a su naturaleza inherentemente doctrinaria. No por ello es menos coercitivo, ya que al no hacer uso de la fuerza física, utiliza la sutileza del poder ideológico y de la persuasión (mediante la influencia de la opinión pública) para obtener consenso, lograr sus fines e intereses y mantener la estructura jerárquica y el status quo.
Los varios sistemas democráticos liberales de la actualidad no se alejan de esta realidad. A diferencia del poder bruto visible y discernible de una dictadura, el de la democracia es menos evidente, pero al mismo tiempo más efectivo debido a su naturaleza inherentemente doctrinaria. No por ello es menos coercitivo, ya que al no hacer uso de la fuerza física, utiliza la sutileza del poder ideológico y de la persuasión (mediante la influencia de la opinión pública) para obtener consenso, lograr sus fines e intereses y mantener la estructura jerárquica y el status quo.
“La democracia no es más que
un poder arbitrario constitucional que ha sustituido a otro poder arbitrario
constitucional.”
Pierre Joseph Proudhon
(1809-1865) Filósofo francés.
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